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El naufragio de la izquierda política frente al Covid
Toby Green y Thomas Fazi
Artículo escrito por Toby GREEN, profesor de historia en Kings College London, autor de The Covid Consensus: The New Politics of Global Inequality, y Thomas FAZI escritor, periodista y traductor, autor de Reclaiming the State. Traducción Rodrigo Llopis
14 / 12 / 2021
Londres (Inglaterra)
A lo largo de las diferentes fases de la pandemia mundial, encontramos una tendencia a intentar encajar o ajustar las estrategias epidemiológicas con las preferencias políticas de cada uno. Desde que Donald Trump y Jair Bolsonaro expresaron sus dudas sobre los méritos y ventajas de las estrategias de confinamiento en marzo de 2020, la mayoría de los liberales y de todos aquellos que se sitúan a la izquierda del espectro político occidental se apresuraron a apoyar estas medidas, como más tarde aceptarían la imposición del pasaporte sanitario. En un contexto donde los países europeos imponen restricciones cada vez más severas para las personas no vacunadas, los partidarios de la izquierda, generalmente en alerta para defender a las minorías discriminadas, hoy se distinguen por su silencio.
Como escritores que siempre nos hemos posicionado a la izquierda, estamos realmente preocupados por el cariz que están tomando los acontecimientos. ¿De verdad que no se puede formular una crítica progresista contra la cuarentena y confinamiento de individuos sanos, cuando las últimas investigaciones indican que la diferencia entre personas vacunadas y no vacunadas es ínfima en términos de transmisión del virus? La respuesta actual de nuestra familia política al Covid parece inscribirse dentro de una crisis más vasta y compleja de la política y el pensamiento de la izquierda, una crisis que dura ya desde al menos tres décadas. Por estas razones, es importante identificar el origen y el proceso que sacude hoy nuestro espectro político.
La izquierda aceptó el confinamiento por razones equivocadas
Durante la primera fase de la pandemia -aquella que concierne a los confinamientos-, fueron los partidarios de la derecha cultural y económica quienes más se inclinaron a señalar el daño social, económico y psicológico de estas medidas. Probablemente, el escepticismo inicial de Donald Trump hacia las decisiones de reclusión social desencadenó un rechazo total de estas posiciones en todos aquellos que conforman la izquierda dominante. Los algoritmos de las redes sociales hicieron el resto incrementando y alimentando aún más esta polarización. Rápidamente la izquierda occidental asumió la elección del confinamiento como una opción « pro-vida » y « pro-colectivo », como una política que en teoría defendía la salud pública o el derecho colectivo a la salud. A partir de ese momento, cualquier crítica a las políticas de encierro masivos fue estigmatizada como un enfoque « de derechas», o “neoliberal », y acusado de priorizar el “beneficio propio” y el business as usual sobre la vida de las personas.
Décadas de polarización ideológica politizaron instantáneamente un problema de salud pública, ahogando cualquier espacio o posibilidad de plantear cuál sería una respuesta coherente desde la izquierda. Esta posición de la izquierda la distanció de la clase obrera, ya que los trabajadores con bajos ingresos fueron los más afectados por los impactos socioeconómicos de las continuas políticas de reclusión social, y los más expuestos a los riesgos de la pandemia siendo la clase más susceptible de tener que continuar à ir a trabajar mientras que las clases media y alta descubrían el teletrabajo y las reuniones por Zoom. Esta fractura política no ha hecho más que confirmarse durante las campañas de vacunación, y más tarde con la aparición de los pasaportes sanitarios. La resistencia a estas medidas se les asocia hoy a la derecha, mientras que los miembros de la izquierda tradicional generalmente las defienden. Cualquier oposición a las mismas es diabolizada como una mezcla confusa de irracionalismo anti-científico y libertarismo individualista.
Pero, ¿cuál ha sido la razón por la que casi todos los partidos y sindicatos de izquierda hayan apoyado prácticamente todas las medidas propuestas por los gobiernos en la gestión del Covid? ¿Cómo ha podido imponerse una visión tan simplista de la relación entre la salud y la economía, una visión que caricaturiza décadas de investigaciones en ciencias sociales y que confirman de una manera apabullante cómo la riqueza y la salud están vinculadas? ¿Por qué la izquierda ha ignorado el aumento masivo de la desigualdad, el ataque a los más desfavorecidos, a los países pobres, a las mujeres y a los niños o el trato cruel a los ancianos y el enorme aumento de la riqueza de los individuos y empresas más ricas como resultado de estas políticas sanitarias? ¿Cómo en lo que respecta al desarrollo y despliegue de la vacunación, la izquierda ha terminado incluso por ridiculizar la idea misma de que pudiera haber otras motivaciones que no fueran exclusivamente las del « bien público» cuando BioNTech, Moderna y Pfizer están ganando actualmente entre los tres más de 1.000 dólares por segundo con sus vacunas,?¿Y cómo es posible que la izquierda, a menudo enfrentada a la represión estatal, parezca ahora ajena a las preocupantes implicaciones éticas y políticas de los pasaportes sanitarios?
Si la Guerra Fría coincidió con la era de la descolonización y el surgimiento de una política global antirracista, el final de la Guerra Fría ha caracterizado el comienzo de una crisis existencial para los partidos políticos de izquierda. La magnitud de la hegemonía económica neoliberal, la globalización y el transnacionalismo empresarial ha terminado socavando la visión histórica del Estado como organizador de la redistribución. Además, como escribió el teórico brasileño Roberto Mangabeira Unger, la izquierda siempre ha prosperado en tiempos de gran crisis (la revolución rusa se benefició de la Primera Guerra Mundial y del reformismo social que precedió a la Segunda Guerra Mundial). Esta historia puede explicar en parte el posicionamiento de la izquierda hoy: amplificar la crisis y prolongarla con restricciones sin fin es quizás visto por algunos como la manera de reconstruir una política de izquierdas después de años de crisis existencial.
La izquierda no ha entendido el papel del Estado en la gobernanza neoliberal
El error de diagnóstico de la izquierda sobre la naturaleza del neoliberalismo también puede haber afectado a su respuesta a esta crisis. La mayoría de los militantes de izquierda creen que el neoliberalismo implicó una "retirada" o "vaciamiento" del Estado a favor del mercado. A partir de ahí, ha surgido la interpretación de que el activismo gubernamental a lo largo de la pandemia podría significar este tan deseado "retorno del estado", y potencialmente ser capaz, según éstos, de detener la pulsión supuestamente anti-estatal del proyecto neoliberal. El problema con este argumento, incluso aceptando su lógica cuestionable, es que el neoliberalismo no ha sido para nada el causante del debilitamiento del Estado. Sino más bien todo lo contrario, ya que el tamaño del estado como porcentaje de PIB no ha dejado de aumentar durante toda la era neoliberal.
Esto no debería ser ya una sorpresa. El neoliberalismo se basa en una amplia intervención estatal tanto como en el "keynesianismo", la diferencia entre los dos es que el Estado neoliberal va a intervenir casi exclusivamente para servir a los intereses del gran capital, para vigilar a las clases trabajadoras, y rescatar a las grandes empresas y bancos en quiebra, etc. De hecho, en muchos sentidos, el capital depende ahora más del Estado que nunca. Como señalan Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan: “A medida que el capitalismo se desarrolla, los intereses comunes entre los gobiernos y las grandes empresas van a ir cada vez más de la mano (…) El poder capitalista y las coaliciones del capital que lo gobiernan no necesitan hoy de gobiernos pequeños. Efectivamente, en muchos sentidos necesitan gobiernos más fuertes ”. Hoy en día, el neoliberalismo se parece más a una forma de capitalismo de estado monopolístico, o « corporatocracia », que al capitalismo de libre mercado de Estados pequeños que a menudo afirma ser. Esto explica en parte por qué ha producido aparatos estatales cada vez más poderosos, intervencionistas e incluso autoritarios.
En este sentido avergüenza la ingenuidad de la izquierda, que celebra el supuesto "retorno del Estado" inexistente. Y lo peor es que ya cometió este error antes. Por ejemplo después de la crisis financiera de 2008, muchos en la izquierda elogiaron los grandes déficits públicos como un "retorno a Keynes" cuando, en realidad, estas medidas tenían poco que ver con Keynes, y su recomendación de recurrir al gasto público para lograr el pleno empleo, y de de lo que e trataba en realidad era de apoyar a los culpables de la crisis y los grandes bancos. Además estas medidas fueron el desencadenante de un ataque sin precedentes a los sistemas de protección social y los derechos de los trabajadores en toda Europa.
Y hoy está sucediendo lo mismo, ya que los contratos públicos para los test Covid, las máscaras, las vacunas, y ahora, las tecnologías para la aplicación del pasaporte sanitario, se otorgan a corporaciones transnacionales (a menudo en el marco de acuerdos turbios que respiran amiguismo y conflictos de intereses). Mientras tanto, los ciudadanos ven su existencia y sus medios de vida trastornados por la “nueva normalidad”. El hecho de que la izquierda parezca completamente ajena a este fenómeno es particularmente desconcertante. Después de todo, la idea de que los gobiernos tienden a explotar las crisis para reforzar la agenda neoliberal es un elemento esencial de la literatura reciente de la izquierda. Pierre Dardot y Christian Laval, por ejemplo, han argumentado que bajo el neoliberalismo la crisis se ha convertido en un “método de gobierno”. Más famoso aún, el libro The Shock Strategy (2007), Naomi Klein explora la idea de un "capitalismo del desastre". Su tesis central sería que en tiempos de miedo y desorientación pública, resultaría más fácil reorganizar las sociedades: cambios espectaculares en el orden económico existente, que normalmente serían políticamente imposibles, se imponen rápidamente uno tras otro para que el cuerpo social no tenga tiempo de comprender lo que está sucediendo.
Una dinámica similar está en marcha en estos momentos.Tomemos, por ejemplo, las medidas de vigilancia high-tech, las tarjetas de identificación digitales, la represión de las protestas públicas y la rápida proliferación de leyes introducidas por los gobiernos para combatir la epidemia de coronavirus. Si nos fiamos a la historia reciente, los gobiernos encontrarán sin ninguna duda la manera de hacer que muchas de estas reglas de emergencia sean permanentes, como lo han hecho con gran parte de la legislación anti-terrorista posterior al 11 de septiembre. Como señaló Edward Snowden: “Cuando vemos que se toman medidas de emergencia y especialmente hoy en día, éstas tienen tendencia a permanecer. La emergencia no hace más que extenderse ". Confirmando también las ideas del "estado de emergencia" presentadas por el filósofo italiano Giorgio Agamben, que ha sido vilipendiado por la corriente principal de la izquierda por su postura anti-confinamiento.
En última instancia, cualquier forma de acción gubernamental debe juzgarse por lo que realmente representa. Apoyamos la intervención del gobierno si sirve para promover los derechos de los trabajadores y las minorías, para crear pleno empleo, proporcionar servicios públicos esenciales, contener el poder empresarial, corregir las disfuncionalidades de los mercados, tomar el control de las industrias cruciales para el interés público. Pero en los últimos 18 meses, hemos asistido exactamente a lo contrario: un fortalecimiento sin precedentes de los gigantes transnacionales y sus oligarcas a expensas de los trabajadores y las empresas locales. Un informe publicado el mes pasado basado en los datos de Forbes mostró que solo los multimillonarios estadounidenses vieron aumentar su fortuna en 2 billones de dólares durante la pandemia.
Otra fantasía de la izquierda que ha sido desmentida por la realidad es la idea de que la pandemia generaría un nuevo espíritu colectivo, capaz de superar décadas de individualismo neoliberal. El hecho es que la pandemia ha fracturado aún más nuestras sociedades: entre los vacunados y los no vacunados, entre los que pueden beneficiarse del trabajo inteligente y los que no.
Sin olvidar, que un pueblo formado por individuos traumatizados, arrancados de sus seres queridos, inducidos a temerse unos a otros como potenciales vectores de enfermedades, aterrorizados por el contacto físico, no es un buen caldo de cultivo para la solidaridad colectiva.
Aunque quizá la respuesta de la izquierda pueda entenderse mejor en términos individuales que en términos colectivos. La teoría psicoanalítica clásica ha establecido un vínculo claro entre el placer y la autoridad: la experiencia de un gran placer (que colma el "principio de placer") a menudo suele preceder a un deseo de autoridad y control renovados, manifestado por el ego o el "principio de realidad". De hecho, esto puede producir una forma de placer subvertida. Las últimas dos décadas de globalización han visto una enorme expansión del « placer de la experiencia » compartido por la clase liberal global cada vez más transnacional, muchos de los cuales, curiosamente en términos históricos, se han identificado a sí mismos como de izquierdistas (y de hecho han usurpado cada vez más esta posición al terreno natural de las ideas tradicionales de la clase trabajadora). Este aumento masivo del placer y la experiencia entre las categorías sociales más acaudaladas se ha acompañado de un secularismo creciente y de la ausencia a cualquier obligación o autoridad moral reconocida. Desde el punto de vista del psicoanálisis, el apoyo de esta clase a las "medidas del Covid" puede explicarse con bastante facilidad en estos términos: como la aparición deseada de un círculo de medidas restrictivas y autoritarias que pueden imponerse para restringir el placer, dentro de un marco estricto de moralidad, que interviene ahí donde antes no lo había.
La izquierda como garante de una fe ingenua en la ciencia
Otro factor detrás de la cerrazón de la izquierda a las medidas contra el Covid es su fe ciega en la "ciencia". Esto tiene sus raíces en la fe tradicional de la izquierda en el racionalismo. Sin embargo, una cosa es creer en las innegables virtudes del método científico, y otra completamente diferente es ignorar totalmente cómo los que están en el poder utilizan la "ciencia" para hacer avanzar su agenda. Poder recurrir a « datos científicos sólidos » para justificar las decisiones políticas es una herramienta increíblemente poderosa en manos de los gobiernos. De hecho, en esto consiste la esencia misma de la tecnocracia. Es decir, lo que esto significa es la cuidadosa selección de los "datos científicos" que permitirán avanzar el programa gubernamental, marginando agresivamente cualquier otra opinión, independientemente de su valor científico.
Y esto es lo que ha estado pasando durante años en el campo de la economía. ¿De verdad es tan difícil de comprender que una toma de control por las empresas se esté produciendo hoy en día en el terreno de la ciencia médica? En todo caso no para John Ioannidis, profesor de medicina y epidemiología en la Universidad de Stanford. Ioannidis fue portada de los periódicos a principios de 2021 cuando él con algunos de sus colegas publicaron un artículo en el que afirmaban que no había diferencias en términos epidemiológicos entre los países que habían implementado un sistema de encierro de su población (tipo confinamiento) y los que no lo habían hecho. La reacción violenta contra este artículo, y contra Ioannidis en particular, ha sido feroz, especialmente entre sus colegas científicos.
Esto explica su reciente y mordaz denuncia de su propia profesión. En un artículo titulado "Cómo la pandemia está cambiando las normas de la ciencia", Ioannidis señala que la mayoría de la gente, especialmente de izquierdas, parece pensar que la ciencia funciona según los "estándares mertonianos de cooperación científica, universalismo, altruismo y escepticismo organizado ». Pero, por desgracia, no es así como trabaja realmente la comunidad científica, explica Ioannidis. Con la pandemia, los conflictos de intereses empresariales se han disparado, pero hablar de ello se ha convertido en un tabú. Y continúa: “Los consultores que han ganado millones de dólares asesorando a empresas y gobiernos han obtenido posiciones prestigiosas, poder y reconocimiento público, mientras que los científicos que han trabajado benévolamente y se atrevieron a cuestionar las narrativas dominantes fueron acusados de charlatanes. Cualquier posición escéptica a la doxa se consideró una amenaza para la salud pública. Lo que hemos vivido es un choque entre dos escuelas de pensamiento, la salud pública autoritaria de un lado, contra la ciencia del otro, y la ciencia ha perdido”.
La izquierda está perdida y podría incluso desaparecer
El desprecio y la burla de la izquierda hacia las preocupaciones legítimas de la gente (sobre encierros, vacunas o pasaportes sanitarios) es vergonzosa. Estas inquietudes no solamente tienen una base en las dificultades reales, sino que también provienen de una desconfianza legítima hacia los gobiernos y las instituciones que sin duda han sido monopolizados por intereses empresariales. Cualquiera como nosotros que apoye un estado verdaderamente progresista e intervencionista debe responder a estas preocupaciones y no descartarlas.
Pero allí donde la respuesta de la izquierda ha resultado más deficiente, es en el escenario mundial, en lo que se refiere a la relación clara entre las restricciones de las libertades y la profundización de la pobreza en el Sur. ¿De verdad nada tiene que decir la izquierda sobre el enorme aumento del matrimonio infantil, el colapso de la escolarización y la destrucción del empleo formal en Nigeria, donde la agencia nacional de estadística afirma que en torno al 20% de las personas que perdieron sus trabajos fue por causa de los confinamientos? ¿Y qué pasa con el hecho de que el país con los números más altos de mortalidad por Covid y con la mayor tasa de mortalidad en 2020 sea Perú, que ha experimentado uno de los encierros más estrictos del mundo? Sobre todo esto, la izquierda no dice una palabra. Esta posición solo es comprensible en relación con la preeminencia de la política nacionalista en el escenario mundial: el fracaso electoral de internacionalistas de izquierda como Jeremy Corbyn significa que los problemas globales más generales han tenido poco peso cuando se trata de dar una respuesta más compleja de la izquierda occidental a la crisis del Covid-19.
Tenemos que reconocer en cambio que ha habido algunos movimientos de izquierda, radicales y socialistas, que se han pronunciado en contra de la gestión actual de la pandemia. Entre ellos se encuentran Black Lives Matter en Estados Unidos, Left Lockdown Skeptics en Reino Unido, la izquierda urbana chilena, Wu Ming en Italia y, sobre todo, la alianza de socialdemócratas y verdes que gobiernan actualmente Suecia. Pero sobre todo se ha ignorado todo el espectro de esa opinión de izquierdas disidente de la corriente dominante, en parte por el pequeño número de medios de izquierda, pero también por la marginación por parte de esta misma izquierda intelectualmente influyente.
Todo esto nos lleva a un fracaso histórico de la izquierda, que tendrá consecuencias desastrosas. Porque siempre existe el riesgo de que todo este malestar popular sea canalizado una vez más por la extrema derecha, destruyendo cualquier posibilidad para la izquierda de ganar esos votantes que necesita para derrocar la hegemonía de la derecha. Pero mientras tanto, la izquierda se aferra a una tecnocracia de expertos cada vez más señalada como responsable de un manejo catastrófico de la pandemia en términos de progresismo social. Y a medida que cualquier forma viable para la elección de un gobierno de izquierda se desvanece en el pasado, el debate que nos permitía afrontar nuestras ideas y por supuesto la libertad de no estar siempre de acuerdo, y que están en el corazón de cualquier proceso democrático verdadero, se desvanezcan con él.
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